05/09/2025
Quienes viajan por primera vez a Japón suelen sorprenderse al notar que, incluso en grandes ciudades como Tokio, Osaka o Fukuoka, no hay perros callejeros. Lo que para muchos parece un simple detalle curioso, en realidad es el resultado de décadas de legislación, políticas públicas y un fuerte sentido de responsabilidad social hacia los animales.
Durante buena parte del siglo XX, Japón sí enfrentó problemas con perros sin dueño, especialmente en zonas rurales y suburbanas. Hasta principios de los años 70, era común que autoridades locales capturaran y sacrificaran a los perros callejeros como medida de control sanitario. Estas acciones buscaban frenar brotes de enfermedades como la rabia, que en esa época todavía no había sido erradicada del país. En la mayoría de los casos, los animales recogidos no eran puestos en adopción, sino eliminados tras un corto periodo de retención.
Este método no solo fue usado en el pasado: incluso en tiempos recientes, el sacrificio masivo de animales ha sido una realidad silenciosa. En 2005, Japón sacrificó más de 100.000 perros y gatos en instalaciones gubernamentales. Esta cifra comenzó a disminuir gradualmente con la introducción de campañas de concienciación, esterilización y promoción de la adopción, pero fue durante décadas el principal mecanismo de control poblacional.
La situación comenzó a cambiar con la entrada en vigor de la Ley de Protección y Manejo de Animales, promulgada en 1973 y reforzada en múltiples ocasiones desde entonces. Esta normativa obligó al registro de los perros domésticos, la vacunación contra la rabia, el uso obligatorio de correa en espacios públicos, y prohibió expresamente el abandono animal, estableciendo sanciones tanto económicas como penales para quienes la infringieran.
A nivel local, los gobiernos municipales implementaron sistemas de control más estructurados. Los perros encontrados sin dueño son recogidos por los centros de protección animal (動物愛護センター), donde se intenta reunirlos con sus dueños o darlos en adopción. Aunque el sacrificio sigue existiendo en casos extremos, las cifras han disminuido notablemente gracias a políticas más humanas y programas de colaboración con organizaciones protectoras.
Pero más allá del marco legal, hay un factor cultural determinante: en Japón, tener una mascota implica un alto nivel de responsabilidad personal y social. Desde el momento en que una persona adquiere un perro, debe registrarlo, vacunarlo y cumplir con normas estrictas sobre su cuidado. Abandonar un animal no solo es ilegal, sino también mal visto socialmente. Además, muchas viviendas no permiten mascotas, lo que obliga a los dueños a planificar con seriedad antes de adoptar.
Por otro lado, sí existen gatos callejeros, aunque suelen vivir en colonias controladas por vecinos o asociaciones locales. Estos grupos aplican programas de captura, esterilización y suelta (TNR) para evitar la sobrepoblación.
La ausencia de perros callejeros en Japón no es una coincidencia. Es el resultado de un proceso largo, complejo y en algunos momentos drástico, que combinó medidas de control poblacional, legislación estricta, cultura cívica y evolución institucional, hasta llegar al modelo actual.