25/07/2025
Está de pie, con las patas apoyadas suavemente contra el vidrio. Como lo ha hecho durante semanas. Meses. Quizás incluso más.
Cada día, observa. Espera. Tiene esperanza.
No es un perro que salta, que ladra, que suplica.
Es un perro que espera.
En silencio. Con dignidad.
Y hoy, sonríe.
Esa sonrisa —torpe pero luminosa— nació de una promesa que ya no se atrevía a hacer:
¿Y si esta vez, fuera verdad?
Porque esta vez, alguien se detuvo.
Alguien miró más allá de sus ojos cansados.
Alguien no solo pasó frente a su jaula diciendo “demasiado viejo”, “demasiado grande”, “no es el momento”.
No. Esta vez, alguien vio su alma.
Aguantó, a pesar de todo.
A pesar de los días grises y las noches frías.
A pesar de las comidas solitarias, en un rincón, sin una mirada, sin una caricia.
A pesar del ruido, de los llantos, de las despedidas que observó en silencio desde el otro lado de la reja.
Vio partir a compañeros, desaparecer a vecinos de jaula.
Y él se quedó.
Con ese pequeño destello en los ojos, el de la esperanza que se niega a morir.
Durante todo ese tiempo, no dejó de amar.
No dejó de creer que un humano aún podía tenderle la mano.
Aunque no entendiera por qué lo habían dejado ahí.
Aunque no supiera qué hizo mal.
Aunque llorara los primeros días, las primeras noches.
Pero hoy, algo es distinto.
Lo siente.
El paso del humano es más lento.
La mirada, más suave.
La mano no sigue hacia la siguiente jaula.
Se detiene.
Se extiende.
Le ponen un collar. Una correa.
Pero esta vez, no es para cambiarlo de jaula.
No es para pesarlo, ni para llevarlo al veterinario.
Esta vez, es para salir.
Salir de verdad.
Para siempre.
Va a subir a un coche.
Va a conocer un hogar, quizás una cama.
Un nombre que será suyo.
Una voz que lo llamará cada día, no solo para decir “sentado”, sino para decir “te quiero”.
Va a aprender que puede dormir sin sobresaltos.
Que puede comer sin mirar a su alrededor.
Que puede apoyar la cabeza en un cojín… y en un corazón.
¿Y esa sonrisa que lleva hoy?
No es solo una sonrisa de alegría.
Es una sonrisa de liberación.
La sonrisa de quien nunca dejó de esperar, ni siquiera encerrado.
Ni siquiera siendo invisible.
La sonrisa de quien esperó.
Y que, al fin, fue elegido.