08/09/2025
La historia de Caleto – Capítulo 3 de 3
A raíz del fallecimiento de Antonio, “El Pitu” pilló una depresión que le mantuvo dos días sin comer ni beber, liado en una manta y desatendiendo al perro hasta el punto que Mari Luz se le acercó y le propuso llevarse a “Covid” para cuidarlo como le había prometido a su dueño que haría.
- No, no te lo lleves – contestó rotundo -, es lo único que me queda de él y quiero ser yo el que lo cuide.
Los días siguientes siguieron siendo de plena borrachera de “El Pitu”, continuando liado en la manta, sin atender a nadie ni relacionarse con nadie hasta que, en una mañana, saliente de turno, Mari Luz no veía al perro por ningún lado y se preocupó hasta el punto de abordarlo sin importarle si le molestaba o no el que lo despertara.
- “Pitu” – le inquirió alarmada -, ¿y el perro? ¿No me dijiste que te ibas a ocupar de él? ¿Dónde está que no lo veo?
- Que no…yo no sé dónde está – balbuceaba el otro en el sopor del alcohol -, se lo han llevado unos niñacos – contestó para descomposición de Mari Luz que ya consideraba a “Covid” como parte de ella y que además había comprometido su palabra ante Antonio de cuidar de él.
- - Pero, ¿dónde está el perro, “Pitu”? – repetía con desesperación la enfermera.
- Que no lo sé, “señorita” … se lo han llevado por la plaza de toros… creo – acertaba a decir el otro.
Aterrada, intentando poner orden en su cabeza sin saber por donde empezar, Mari Luz se fue corriendo para el barrio de la plaza de toros decidida a dar solución a la situación de su amigo canino. De repente, lo vio allí, en medio de un grupo de jovenzuelos de no muy buen aspecto, casi peor que los grupos de La Caleta, de los que sabes que no te puedes fiar y que encima la conocían de verla con los indigentes y el perro.
- ¡Que no te acerques! – le gritaron al verla conocedores de que ella iba buscando a “Covid” -. ¡Que el perro es nuestro! – la amenazaban sabedores de su interés -. Vamos a ir a pedir con él a la iglesia.
A todo esto, el perro se quejaba lastimero de verla y no poder irse con ella, lo cual aumentaba aún más el drama que estaba viviendo. Ella no se le ocurrió otra cosa que sacar un billete de 20 euros a la vez que les ofrecía tabaco y los invitaba a fumarse un cigarro juntos con la idea de ganar tiempo e intentar tener un plan que sacara de allí a ella y al perro.
- Por que no compramos algo para tomarnos juntos – le salían las palabras casi improvisando -, vamos, buscad algún sitio abierto donde podáis comprar algo con estos veinte euros y nos quedamos por aquí…
El caso es que, por gracia divina o por que ese día era su día, el más listo del grupo cogió los veinte euros e instó al resto a buscar un café o alguna tontería así mientras dejaban a “Covid” atado en ese lugar. Mari Luz sudaba por una mezcla de nervios y pánico que en ese momento debía controlar. Esperó a que doblaran una esquina, la perdieran de vista y sacó unas tijeras del hospital que siempre llevaba en el bolso por si le hacían falta alguna vez. Maldijo la falta de corte del utensilio durante el rato que tardó en cortar la cuerda que sujetaba al animal hasta que finalmente lo liberó. Probablemente, en ese instante, si se hubiera celebrado la final de cien metros lisos de alguna olimpiada, entre “Covid” y Mari Luz se habrían repartido el metal de los primeros cajones del pódium pues corrieron como jamás lo habían hecho, como alma que persigue el diablo, como amigos que logran por fin la libertad plena de ambos. Frenaron en la parada de taxis del antiguo Hospital Clínico y, sin mucho debate, consiguieron que el taxista los llevara al otro extremo de la ciudad donde estaba el barrio de residencia de Mari Luz, todo el viaje en brazos el uno de la otra, él feliz, pero ella casi más.
Tras un paso por la peluquería canina, primera toma de contacto de “Covid” con su nueva vida, en donde no se portó demasiado bien al no saber a qué venía todo ese lavado y cuidado lejos de su amiga, lo cual le hacía defenderse contra todo ritual normal de higiene (más viniendo de un desconocido peluquero), llegó el momento de conocer su nuevo hogar, su nueva familia. Al primero que se encontraron al abrir la puerta de casa fue a “Levis”, el otro perro con el que compartiría su nueva vida “Covid” y con el que en seguida conectó como si se conocieran de siempre. Unos pasos más allá estaba Carlos contemplando la escena, conocedor de toda la historia de penurias de “Covid”, el cual no daba crédito a lo que tenía delante.
- ¿De verdad que estoy viendo lo que creo que veo? – cuestionó con desgana a su mujer sobre la entrada del nuevo miembro de la familia.
- No me puedo negar – rogaba ella -, me comprometí con Antonio de que cuidaría de él y no puedo dejarlo más en la calle, no me dejes con este regomello toda la vida – tocaba la fibra sensible de él para que cediera lo poco que le quedaba por admitir la situación como inevitable y deseable.
A pesar de que Carlos todavía tardó unas horas en conceder su aprobación, acabó aceptándolo sin condiciones comprobando, con el paso del tiempo, que es uno de los perros más inteligentes que jamás haya conocido. Hoy son inseparables y cada día aprende algo nuevo de ese perro que tan mal lo pasó durante tanto tiempo y al que, de vez en cuando, Mari Luz le hace mirar para arriba mientras le pide que le diga a Antonio que está con ella como le prometió y que se acuerdan de él.
Al día siguiente de llegar “Covid” a su nueva casa, Mari Luz recibió la llamada de “El Pitu” (que tenía su teléfono después de todo aquel tiempo compartiendo los cuidados del perro) para advertirle de que no hiciera el recorrido habitual a su trabajo durante un tiempo pues la banda de jovenzuelos que intentaron el secuestro de “Covid”, que la conocían y sabían sus rutinas, querían encontrarla para darle un escarmiento, para pegarle, vamos, por haberles quitado el animal. De hecho, al propio “Pitu”, días después, le dieron una paliza echándole la culpa de haberlos delatado para que ella pudiera encontrarlos consiguiendo que tuviera que abandonar la plaza para ir a vivir a la estación de trenes. Hasta allí siguió Mari Luz acercándose de vez en cuando para llevarle comida al indigente.
Un día de esos encuentros, “El Pitu” se atrevió a pedirle a Mari Luz el favor de que le trajera el perro para verlo un rato. Lógicamente las reticencias en todos, sobre todo de Carlos, les hacían ser prudentes, pero también era justo que se vieran dos antiguos compañeros de calle que tanto habían pasado juntos. Así que un buen día, con la compañía de Carlos, Mari Luz se citó en la estación para un reencuentro del que no sabía cómo resultaría. La sorpresa positiva fue la reacción de ambos: uno sin parar de mover la cola y hacer fiestas a su menesteroso amigo y el otro sin poder dejar de abrazar a quien tantos días le alegró la vida. La satisfacción en las caras del matrimonio acababa por completar una escena que dejará muy bonitos recuerdos.
- Llévatelo, contigo está muy bien cuidado – zanjó al rato la reunión “El Pitu” convencido de sus palabras y de lo que le convenía a su fiel amigo perruno.
Posteriormente a ese encuentro, Mari Luz intentó volver a ponerse en contacto con el mendigo para saber de él, para llevarle comida y ropa, incluso por si quería volver a ver a “Covid”, pero a pesar de dar el tono el teléfono nunca más fue descolgado. Las sospechas de su muerte son cada vez más fuertes pues su estado de salud tampoco auguraba una vida más prolongada, pero a día de hoy no está confirmada.
Poco después de aquel último encuentro con “El Pitu” regresó a casa el hijo de Mari Luz y conoció al famoso “Covid”, por todo lo contado por su madre, e igualmente quedó encantado. Fue él, al no gustarle mucho el nombre de una enfermedad para un ser tan vivo y alegre, el que decidió cambiarle el nombre.
- ¿Tú eres el perro del que tanto habla mi madre que tiene en La Caleta? – le explicaba sin que el otro entendiera mucho sus argumentos -, pues a partir de ahora vas a ser “El Caleto” para mí.
Y así fue como surgió el nombre de “Caleto”, aunque como curiosidad es que Mari Luz y Carlos decidieron llamarlo “Lodi” y, como remate gracioso, es que el perro responde a todos los nombres por igual. Ahí quedaba definitivamente apartado el nombre de “Covid”, aunque costumbres curiosas de su época callejera quedan como su pasión por las manzanas que le viene a raíz de los repartos de comida que Cruz Roja solía hacer entre los sin techo. Sus compañeros humanos se comían los purés, yogures, zumos y alimentos de ese estilo, pero, al carecer la mayoría de dientes, le daban a “Covid” las manzanas que él devoraba con gusto. Por eso, cada vez que hoy ve una pieza de esa fruta se vuelve loco de alegría, de ahí que no faltan en casa de Mari Luz para satisfacción de “Caleto”.
Por el contrario, las ambulancias no le agradan y cada vez que pasa una cerca con las sirenas activadas se mueve nervioso y aúlla mientras la oye.
Hoy en día “Caleto-Lodi-Covid” vive felizmente en casa de Mari Luz, que ya es también su casa, alejado de todas aquellas penurias que pasó durante tanto tiempo. En el período que lleva en su nuevo hogar ha desarrollado el don de avisar, incluso para su prevención, de los ataques epilépticos que con cierta frecuencia sufre su compañero de piso “Levis” sirviendo de mucha ayuda a Mari Luz y Carlos en la atención de este último. ¿Será una forma de agradecer su nueva vida?
FIN DE “LA HISTORIA DE CALETO”