22/09/2025
En una esquina cualquiera, un perro contempla el movimiento de una paloma que picotea las migajas dejadas en el suelo. No gruñe, no espanta, no reclama. Solo observa, como si aceptara que ni siquiera esas sobras le pertenecen. Su cuerpo cansado habla de noches frías y de días largos, pero sus ojos, profundos y callados, todavía guardan algo de luz.
Quizá alguna vez conoció un hogar, o tal vez su destino siempre fue la calle. Nadie lo sabe. Lo cierto es que en su silencio habita una mezcla de esperanza y resignación: la esperanza de un gesto humano, la resignación de quien ha aprendido a esperar sin certeza.
La mayoría lo ignora, pasa de largo. Pero él sigue ahí, invisible y fiel a la vida, aferrado a lo único que nunca pierde: su capacidad de amar. Porque los animales no piden riquezas, solo un poco de afecto, una mano tendida, un lugar donde descansar sin miedo.
Ese perro es el reflejo de miles más, que en las calles aguardan silenciosos, con el corazón intacto a pesar del hambre. Nos recuerdan que, aunque el mundo los olvide, su lealtad permanece, esperando tan solo la oportunidad de entregar amor sin condiciones.