22/07/2025
Cuando veo esta imagen, un torrente de recuerdos me arrastra de vuelta a esa selva, a ese in****no verde que nos marcó para siempre. No es solo una foto; es la prueba de que incluso en la oscuridad más profunda, la lealtad y el amor nos hicieron más fuertes que el miedo.
Recuerdo la humedad que nos calaba hasta los huesos, el zumbido de los insectos y la tensión constante de saber que el enemigo podía estar en cualquier árbol. Éramos un puñado de jóvenes con sueños, enfrentando una guerra que nos robaba la inocencia a pedazos. Vimos a nuestros compañeros caer, a la impotencia de no poder evacuar a los heridos cuando el helicóptero no podía llegar, y a la desesperación del hambre que mordía el estómago.
Pero en medio de todo ese caos, esta imagen me recuerda que nunca estuvimos solos. Ahí está nuestro perro, nuestro valeroso compañero de cuatro patas, cargado sobre la espalda de un hermano de armas. Él no era solo un perro; era un miembro más de nuestra familia, el que con su energía inagotable nos sacaba una sonrisa cuando ya no teníamos fuerzas para nada. Era el recordatorio de que la vida, la lealtad y la esperanza aún existían en ese rincón olvidado del mundo.
Éramos una familia unida por la sangre, el sudor y las lágrimas, forjados en el dolor y en la convicción de que luchábamos por un futuro mejor. Esa amistad era nuestro verdadero refugio, la única arma que la selva, la guerra y el hambre nunca nos pudieron quitar. Y en el centro de esa hermandad, siempre estaba nuestro fiel amigo, el miembro más importante de la patrulla.