
30/04/2025
Electricidad
El viento agitaba las ramas de los álamos y Mariano se reía mientras se golpeaba la cabeza contra la pared. Los que no eran del sur, contaban los pocos días en los que no se volaba todo con el viento, prácticamente casi todos eran de afuera, habían ido a trabajar a los pozos petroleros.
Era la hora de dormir, una noche de fin de semana y estábamos en mi casa, tenía el cuerpo electrizado y eso me obligaba a moverme sin parar. Bailaba. Puedo afirmar que bailaba muy bien, aunque no se si al ritmo de la música. En ese entonces, eso no me importaba. ¿Sonaban las canciones en el pasacassette del garage? No me acuerdo, sé que nos hubiesen dejado poner el volumen alto porque la cochera estaba apartada del resto de la casa. Sino no. Con música que viniera de afuera o sonando adentro mío, él alternaba risas con golpes y yo me desplazaba por todo el lugar, inventaba pasos geniales, probaba movimientos que nunca había hecho con los brazos y las piernas, me zarandeaba incansablemente. Me acuerdo de estar descalza sobre el piso frío de cerámicos marrones. Era mi danza, no necesitaba que nadie la aprobara.
Mi hermano y Yanina jugaban a la casita robada. Mariano en cambio, corría como un huracán, se ponía colorado y se reía. Sólo paraba para darse esos sacudones contra la pared. Pequeñas coaliciones que se hacía con la frente, sin consecuencias graves.
Me acuerdo de sus carcajadas agudas.
Jii, jíii, jiiiiiii. El sonido salía de la garganta y la vena del cuello se le inflaba a punto de explotar. Era muy blanco y rubio, tenía ojos celestes como lagunas, soñaba con casarme con él.
En el living, los papás comían una pizza y jugaban a las cartas, creo que no nos vieron. Si nos agarraban, nos mandaban a ver una peli.
La última foto: de la única vez que nevó en donde vivía.