19/07/2025
/ En medio de una escena marcada por la tragedia y el silencio, un pequeño perrito se convirtió en símbolo de amor incondicional y lealtad eterna. Durante ve el levantamiento del cuerpo de Selvin Eduardo García García, de 48 años, quien perdió la vida tras ser arrollado en un accidente de tránsito, su compañero más fiel permaneció a su lado, negándose a alejarse.
El perrito se sentó junto al cuerpo de su dueño como si esperara que despertara. Tal vez pensaba que solo dormía, que en unos minutos se levantaría para volver a casa, para jugar como tantas veces lo habían hecho. No entendía lo que pasaba. Solo sabía que ese hombre —el mismo que un día le regaló un plato de comida, que le puso un nombre, que lo hizo parte de su vida— estaba ahí, inmóvil.
Y cuando los socorristas se llevaron el cuerpo, algo cambió. El perrito lloró. Ladró bajito, con angustia. Tal vez en ese momento entendió que aquel con quien compartió tantos días ya no volvería. Que esa figura que siempre lo cuidó, que lo abrazó en días de frío, que le hablaba como si entendiera, se había ido para siempre.
Los vecinos, conmovidos, contaron que siempre estaban juntos. Que no importaba el día ni la hora, ese perrito iba detrás de su dueño a todas partes. Era su sombra, su amigo, su familia.
Ahora, solo queda él. Perdido en medio del dolor, esperando en silencio. Muchos esperan que alguien con el corazón abierto lo acoja, no solo para darle un hogar, sino para honrar la historia que compartieron. Una historia sencilla y profunda que nos recuerda, con dolorosa belleza, que los animales no solo nos acompañan: también nos aman con una fidelidad que sobrevive incluso a la muerte.
/ En medio de una escena marcada por la tragedia y el silencio, un pequeño perrito se convirtió en símbolo de amor incondicional y lealtad eterna. Durante el levantamiento del cuerpo de Selvin Eduardo García García, de 48 años, quien perdió la vida tras ser arrollado en un accidente de tránsito, su compañero más fiel permaneció a su lado, negándose a alejarse.
El perrito se sentó junto al cuerpo de su dueño como si esperara que despertara. Tal vez pensaba que solo dormía, que en unos minutos se levantaría para volver a casa, para jugar como tantas veces lo habían hecho. No entendía lo que pasaba. Solo sabía que ese hombre —el mismo que un día le regaló un plato de comida, que le puso un nombre, que lo hizo parte de su vida— estaba ahí, inmóvil.
Y cuando los socorristas se llevaron el cuerpo, algo cambió. El perrito lloró. Ladró bajito, con angustia. Tal vez en ese momento entendió que aquel con quien compartió tantos días ya no volvería. Que esa figura que siempre lo cuidó, que lo abrazó en días de frío, que le hablaba como si entendiera, se había ido para siempre.
Los vecinos, conmovidos, contaron que siempre estaban juntos. Que no importaba el día ni la hora, ese perrito iba detrás de su dueño a todas partes. Era su sombra, su amigo, su familia.
Ahora, solo queda él. Perdido en medio del dolor, esperando en silencio. Muchos esperan que alguien con el corazón abierto lo acoja, no solo para darle un hogar, sino para honrar la historia que compartieron. Una historia sencilla y profunda que nos recuerda, con dolorosa belleza, que los animales no solo nos acompañan: también nos aman con una fidelidad que sobrevive incluso a la muerte.