15/08/2025
“EL RESCATE EN EL PUENTE VIEJO”
La lluvia caía sin descanso sobre el pueblo de San Vicente. El río, que normalmente era un hilo tranquilo entre las piedras, rugía como un monstruo liberado. El viejo puente de madera temblaba con cada embestida del agua.
—¡Ahí! —gritó Clara, señalando algo en medio de la corriente.
Entre ramas y escombros, una figura pequeña se debatía contra la fuerza del agua. Era un perro, empapado, aferrado a lo que quedaba de una viga. Sus patas temblaban.
Martín, el guardabosques, no lo pensó dos veces.
—Si la corriente lo arrastra, no dura ni un minuto. Voy por él.
—¡Estás loco! —protestó Clara—. ¡El río está desbordado!
Pero él ya había atado una cuerda a su cintura y entregado el otro extremo a dos vecinos que miraban, tensos. Bajó por la orilla resbaladiza y se lanzó al agua.
El golpe de la corriente lo dejó sin aire, pero nadó con fuerza.
—¡Aguanta, chico! —le gritó al perro, aunque sabía que tal vez no entendía las palabras… pero sí el tono.
Cuando llegó a la viga, el perro, lejos de morder por miedo, se dejó sujetar. Martín lo abrazó contra su pecho y, a fuerza de brazadas y el tirón de la cuerda, ambos fueron arrastrados hasta la orilla.
El animal jadeaba, sus ojos grandes y asustados se clavaban en los de Martín.
—Tranquilo, ya está… —susurró, arropándolo con su chaqueta.
La gente que miraba aplaudió, pero Martín estaba demasiado concentrado revisando que no tuviera huesos rotos.
—Es joven… —dijo—. Pero ha aguantado como un veterano.
Clara se arrodilló a su lado y le acarició la cabeza.
—No tiene collar.
Martín la miró, empapado, con una sonrisa que no necesitaba explicación.
—Entonces… ya tiene casa.
Pasaron las semanas, y el perro —ahora llamado Puente— no se separaba de él. Lo acompañaba en sus recorridos por el bosque, aprendió a seguirle el paso y hasta a avisarle con ladridos cuando encontraba animales heridos.
Un día de otoño, mientras caminaban juntos, Martín se detuvo a mirar el viejo puente desde la colina. El río, ahora tranquilo, reflejaba las hojas doradas.
—Ese día pensé que no salíamos ninguno de los dos… —murmuró, rascándole detrás de la oreja—. Supongo que el destino tenía otros planes.
Puente lo miró como si entendiera. Tal vez lo hacía. Porque hay vínculos que no necesitan palabras, solo la certeza de que, cuando todo se derrumba, alguien salta al agua por ti.